24 de noviembre de 2013


Llovía, y los truenos retumbaban en el cielo justo sobre la ciudad, confundiéndose con el ruido de las turbinas de los aviones que descendían sobre el aeropuerto en el extrarradio. La gente cruzaba las aceras de la avenida apretando el paso y haciendo equilibrios con paraguas demasiado frágiles para evitar que la espesa cortina de agua les empapara. Los coches detenidos en un semáforo pitaban y pitaban, sus motores generaban una nubecilla de humo que se condensaba con la humedad del aire.

         Ella lo observaba todo desde la penumbra entre los altos edificios de la avenida, a la entrada de uno de los estrechos callejones que desembocaba como afluente a la arteria principal de la ciudad. Los bloques grises grasientos y las carcasas de aparatos de ventilación oxidada le arropaban, casi le rodeaban, protegiéndole un poco del frío. La gente que pasaba por al lado ni siquiera se daba cuenta de que estaba allí, mucho menos de que estaba tiritando. Le dio igual, estaba acostumbrada a que la gente ni le mirase, a sentirse parte del mobiliario urbano, apenas un poco por encima de los bancos del parque en la jerarquía. 



Si la gente reparaba en ella, en el mejor de los casos le miraban por encima del hombro y se apretaban disimuladamente (o no tanto) las carteras en los bolsillos, o los bolsos, o lo que fuera que llevaban y consideraban de valor. Como ejercicio, ella procuraba devolverles la misma indiferencia.

―¡Eh! ¡Eh, dosdientes, ven aquí muchacha, te vas a helar!―gritó una voz desde el fondo del callejón.

         Ella se giró. Le llamaban así, dosdientes, en honor al incisivo y premolar que había perdido en una pelea hacía un año. Estaba convencida de que en cuestión de una década, si tenía suerte, le llamarían dosdientes en honor a los únicos que aún conservara. Al fondo del callejón dos figuras se inclinaban sobre un bidón ardiente, recortándose como sombras desgarbadas en el resplandor. Dosdientes se incorporó, se palmeó los muslos a través del vaquero rasgado y empapado y caminó hacia ellos con las manos en el bolsillo tipo marsupio de su sudadera manchada. Alguna vez había sido blanca, ahora era gris-amarillenta, alguna vez había olido a detergente...

Humo espeso y negro, que apestaba a plástico quemado, se elevaba desde la hoguera improvisada en el bidón. Emile le dedicó una mirada de simpatía, bajo la barba tupida y enmarañada los labios se le torcieron en una amplia sonrisa, después siguió echando al fuego marañas de cables del montón enrollado y retorcido que tenía a los pies. Marty, el que le había gritado, no dijo nada. El cuarentón cascarrabias estaba empinando el codo, la boca pegada a una vieja botella de whisky Gran Jefe. A dosdientes se le retorció el estómago nada más ver la botella, aquella mierda valía 1.02 créditos, llamarlo garrafón era un elogio.

―No sé por qué te pasas el día mirando a los trans con cara de pasmá...―sentenció Marty cuando se despegó de la botella, su aliento era sólido y combustible.

         Dosdientes retrocedió un paso para librarse del hedor y su dedo acusador. Apartó la mirada hacia la entrada del callejón, por la que se colaba la luz y el bullicio de la avenida.

―Me dijiste que vigilara, cabrón borracho... ―respondió.

         Marty la miró, después a la botella vacía. Se encogió de hombros y empezó a escupir carcajadas roncas, más que a reír.

―¡Pero es que te vas a helar si te quedas así quieta!―el cuarentón se inclinó con un quejido y sacó otra botella llena de Gran Jefe, la abrió apresuradamente y echó un chorrito al bidón, que respondió con una llamarada azulada, después le ofreció la botella a dosdientes―Bebe muchachita, bebe... para que no te enfríes. Después sal allí y ponte a vigilar otra vez, joder.

         Todo el episodio ocurrió bajo la mirada impasible y la sonrisa casi descerebrada de Emile, como siempre. A juicio de dosdientes, Emile tenía bastante con existir y respirar. El tipo estaba quemado, parecía tener cincuenta y apenas llegaba a los treinta. Cuando miraba a sus ojos de un azul apagado sentía como si mirase a los de una oveja, o algún otro herbívoro de manada. Lo único que veía era que allí detrás, en la cabeza Emile, no había nadie al volante. Pero era un buen amigo...

         Rechazó el ofrecimiento de Marty, prefería morir congelada antes que beberse aquello, al menos lo prefería antes de las cinco de la tarde, o cuando no había empezado bebiendo algo más suave. Si ya estaba un poco borracha su aversión contra el whisky Gran Jefe podía cambiar, volviéndose menos intensa y más permisiva. Dosdientes se alejó a toda velocidad para volver a la entrada del callejón, el hedor a whiskey, a Marty y sobre todo a plástico quemado le estaba mareando.

         Volvió a sentarse en una caja de madera destartalada y observó mientras nadie reparaba en su presencia. Había logrado ser invisible sin proponérselo, no es que ello le supusiera una ventaja. Era invisible porque no representaba ninguna amenaza para aquella gente. Suspiró.

         Frente a ella, el mar de coches que gruñían al ralentí, y a ambos lados el río de gente que caminaba entre la lluvia. La mayoría llevaban algún modelo de gafas de realidad aumentada, o deslizaban ágilmente los dedos en las pantallas y teclados flotantes de sus dispositivos de muñeca. Parecía casi mágico, dosdientes tenía una noción básica de que no se trataba de magia, aquella luz flotante que podían tocar, por ejemplo, era una interfez (o inter-algo) holográfica. Pero no tenía ni puta idea de cómo funcionaba, ni de cómo diablos podía aquella gente tocar la luz para manipular los dispositivos. Ella era pobre y estaba en la calle, por lo tanto no podía permitirse comprar tecnología, ni pagarse las clases en las Academy para aprender cómo utilizarla o sencillamente comprenderla. 

         Las únicas nociones que tenía se basaban en la observación y en la sabiduría popular de quiénes no podían permitírsela, los que no tenían medios para comprar la tecnología. La gente que podía pagar las Academy y sus dispositivos leía en pantallas hechas de luz, o directamente les llegaban las imágenes y el sonido a sus cerebros, incluso las sensaciones, si había que hacer caso a los rumores... dosdientes a veces pasaba por la biblioteca del barrio, dónde un montón de libros de tapa de cartón cogían polvo y humedad, donados de tercera o cuarta mano. Y nunca había nada útil, cualquier manual sobre electrónica o tratamiento sintético de información era requisado por las Academy

         Un tipo pasó a su lado con la mirada perdida, sosteniendo un paraguas y gesticulando ligeramente con la boca, sin emitir sonidos. Desde fuera parecía un colgado, pero no estaba loco, ni quemado al estilo de Emile. Dosdientes había visto a gente como aquella, había un ligero brillo anaranjado en sus pupilas, miró al hombre sin disimulo para buscar las cicatrices detrás de las orejas y la base del cuello, los puntos de entrada  de la cirugía. Bingo, allí: la piel rosada y curtida como el cuero en la nuca, las marcas de un neuroimplante

         Dosdientes ladeó la cabeza al verle pasar. La tecnología no sólo era un símbolo de estatus social y poderío económico, reflexionó. No, la gente no la utilizaba sólo para engalanarse con ella, no llevaban los parches de las Academy sólo para mostrarlos a los demás. La tecnología, era poder en sí mismo. Permitía hablar con la mente, interactuar de maneras que ella sólo podía imaginar. Podían utilizarse ordenadores y computadores para comunicarse con cualquier parte del planeta (dosdientes era vagamente consciente de que existía una red de procesadores y líneas de comunicación global, gigantesca, llamada sencillamente La Red) los computadores y controladores, junto a otros dispositivos electrónicos, vigilaban las calles, organizaban la información y el comercio, facilitaban la vida de la gente o entorpecían la de sus enemigos...

         Y todas esas capacidades podían cogerse e implantarse dentro de una cabeza, de un cerebro de alguien con dinero suficiente para pagarlo y conocimientos para soportarlo. Entonces el humano moría, y nacía una especie de dios. Alguien capaz de ver y saber en cualquier momento lo que estaba ocurriendo en el resto del mundo, de compartir pensamientos con los demás de su clase. Si alguien así no tenía conocimientos sobre algo sólo tenía que buscarlos, y los encontraría e inmediatamente... lo sabría

         Ella nunca tendría dinero para aquello, jamás podría pasar de ser una vagabunda muy jodida, una subhumana corriente, a convertirse en transhumana. Esto no era un pensamiento pesimista, era un hecho matemático: dosdientes no podría en toda su vida reunir el dinero suficiente como para permitírselo. Suspiró, tiritando de nuevo, y se tocó con la punta de la lengua los huecos de las encías. Si tuviera dinero... joder, si tuviera dinero no sólo se pondría dos dientes protésicos nuevos, no. Para empezar se pondría alguna mejora para el cuerpo (paquetes de soporte o control vital los llamaban, si no estaba equivocada) uno, por ejemplo, para dejar de tener frío bajo la lluvia. Resultaba curioso que dosdientes anhelase más un implante de regulación térmica que un techo o una chaqueta impermeable, pero era lo cierto.

         Después encontraría y compraría algo para, de forma cybernética y creativa, partirle todos los huesos al hijo de puta de la Calle Marina que casi le había roto la mandíbula y sí que había logrado saltarle dos dientes. Se frotó las manos y se echó vaho. Sintió un anhelo familiar. Aquella tecnología que veía en la gente que pasaba tenía algo que superaba a lo meramente mundano. Era poder en sí misma, era la capacidad para tocar un mundo inexistente a los ojos de aquellos que no habían sido elevados por medio del dinero y el conocimiento pagado. Dosdientes suspiró, para ella la tecnología era prácticamente magia.

         Escuchó un crujido, cuando levantó la vista lo único que su lento cerebro biológico pudo procesar fue la imagen borrosa de un puño con guante negro estrellándose contra su cara.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Parece que poco a poco nos vamos acercando a ese futuro distópico, que miedo, buen relato!

lnnrt dijo...

Me gusta cuando tus personajes son "del otro lado" y no entienden necesariamente los cambios que suceden alrededor, la tecnología, los cambios sociales, etc. Eso los hace parecer más perdidos y más solos en medio de toda esa jungla, es muy fácil empatizar con personajes así en estos tiempos, ¿no? Muy bueno. Un abrazo.

Abián G. Rodríguez dijo...

Gracias por los comentarios!! Animan bastante tras la ausencia ^-^ Lo cierto es que a mí también me gustan bastante este tipo de relatos de personaje perdido en mundo distópico. Además de que es más facil de escribir por eso de que ni tu mismo tienes que explicar lo que pasa en el mundo, jeje. Últimamente me he dado cuenta de que tengo el síndrome secuelitis y todo lo que hago tiene como más de un capítulo... espero poder superarlo o, al menos, escribir las jodidas secuelas XD

Saludos!

lnnrt dijo...

Es que sintetizar es difícil. Y el formato blog te pide siempre una entraga más porque una entrada se consume rápido.